Luis Sepúlveda, la leyenda de un escritor

Después de luchar durante más de siete semanas en coma inducido contra el covid 19, que le fue diagnosticado a finales de febrero a su regreso del festival literario Correntes d’Escritas, celebrado en Póvoa de Varzim, en las inmediaciones de Lisboa, falleció el jueves 16 de abril a los 70 años, en el Hospital Universitario Central de Asturias, en Oviedo, acompañado de su mujer, también contagiada, la poeta Carmen Yáñez.

El escritor chileno llevó una vida, varias vidas, azarosas en la que la mezcla de ficción y realidad, de mitos y leyendas, algunas desmentidas y otras sin aclarar, de biografía y novelas, terminó por levantar un ícono entre los escritores del post-boom latinoamericano. Su obra se separó del realismo mágico eliminando el exotismo y el tropicalismo, incorporando a la magia como un componente más de nuestra forma americana de ser, al punto de que algunos la caracterizan como “magia de la realidad”. Esta nueva fórmula se expresa en escenarios reales y personajes que se identifican con la naturaleza en vez de intentar domesticarla o controlarla. Si se pudiera agrupar a Luis Sepúlveda con otros autores o identificar a su generación, habría que situarlo junto a Osvaldo Soriano, Paco Ignacio Taibo, Ramón Díaz Eterovic, Mempo Giardinelli, Leonardo Padura Fuentes, Hernán Rivera Letelier y otros.


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Los datos verificables

Nacido en la ciudad de Ovalle, provincia del Limarí en el Norte chico, en 1949 como Luis Sepúlveda Calfucura, era hijo de Luis, dueño de un restaurante y militante comunista, y de Irma, enfermera de origen mapuche, y según él mismo relatara, se sentía profundamente afortunado por haber nacido «rojo, profundamente rojo». Confesó alguna vez que las huellas que dejaron en su formación Gerardo, el abuelo paterno, «un anarquista andaluz maravilloso y un tío que fue voluntario en las Brigadas Internacionales en España y cuyo único patrimonio fue una foto donde aparece con Hemingway», fueron cruciales en su temprano compromiso político, en el activismo y esa vida de fugitivo que dijo haber llevado.

Ya en Santiago realizó sus estudios primarios en la escuela Francisco Andrés Olea en el barrio de Av. Matta y finalizó la educación secundaria en el Instituto Nacional. Sus estudios universitarios los realizó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde se tituló como Director. En Alemania, años más tarde hizo una licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Heidelberg.

La leyenda y las fábulas

Sepúlveda siempre reivindicó sus humildes orígenes sociales y culturales: «Soy un tipo que creció en San Miguel, un barrio proleta y cuando vuelvo a mi país, sólo me siento a mis anchas al traspasar la barrera del paradero uno de la Gran Avenida», pero esas condiciones no fueron nunca un obstáculo para sus inicios como escritor precoz. Siendo estudiante del Instituto Nacional partió escribiendo un relato cuasi pornográfico, motivado por una de sus profesoras que le granjeó algunos pesos al vender copias del texto y una posibilidad de escribir en la revista literaria del colegio. Su ascenso al periodismo, según sus propias historias, que algunos consideran una ficción más del escritor, se daría a los 17 años cuando fue invitado para escribir como redactor policial en el periódico Clarín por uno de los periodistas que se reunían en el restaurante de su padre.

La leyenda de su activismo político primero y luego ecológico, se inició y está fuertemente ligada al Chile de los 60 y los 70, a los movimientos revolucionarios, al gobierno de la Unidad Popular y al Golpe de Estado de 1973. Militante de las juventudes del Partido Comunista habría sido expulsado a fines de los 60, lo que motivaría su participación con la fracción del Partido Socialista que apoyaba la lucha del Che Guevara en el continente, integrándose como parte del Ejército de Liberación Nacional, los “elenos”. De ahí a formar parte de la escolta del presidente Allende había un paso. Fue hecho prisionero en Temuco durante el Golpe de Estado y estuvo detenido en el Regimiento Tucapel, encarcelado casi tres años por la dictadura “que le conmutó 28 años de prisión por ocho de exilio”, fue liberado por gestiones de Amnistía Internacional, y en 1977 abandonó Chile.  Dice el escritor que «tenía que ir a Suecia, pero me bajé en Buenos Aires. Allí la situación estaba peor, así que me fui a Montevideo, luego a Brasil y después al Pacífico. A dedo, en bus, en tren; crucé a Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, donde me quedé algún tiempo».

Allí tendría una particular aproximación a la realidad de los indígenas amazónicos, especialmente entre los shuar, popularmente conocidos con el despectivo nombre de “jíbaros”, experiencia que sería el germen de su giro ecológico y le permitiría reunir el material necesario para escribir, algunos años después, su primer libro exitoso: “El viejo que leía novelas de amor”. En ese país ingresó como combatiente internacionalista en la Brigada Internacional Simón Bolívar, con la que partió a Nicaragua a principios de 1979 para participar en la Revolución Sandinista.

Al poco tiempo del triunfo de los Sandinistas, y debido a sus conflictos con la dirección revolucionaria, dejó Managua rumbo a Alemania. Se instaló en Hamburgo, ciudad en la que trabajó como corresponsal de prensa y escribió relatos, teatro y alguna novela. Allí vivió catorce años, se incorporó al movimiento ecologista, y, como corresponsal de Greenpeace, atravesó los mares del mundo entre 1983 y 1988.

La obra literaria

En sus casi cuarenta novelas, cuentos y relatos de viajes Sepúlveda reconoce la temprana y gran influencia del cuentista chilote Francisco Coloane. Después de leer a este escritor, la leyenda dice que llegó a emplearse como ayudante de cocina en un barco ballenero.

En un estilo que ha sido calificado como llano y poco sofisticado, de trazos gruesos, logró lo que pocos escritores consiguen en sus intensas vidas.

Entre sus obras más aclamadas están el éxito editorial “Un viejo que leía novelas de amor” y la “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, una novela juvenil con esta nueva aproximación al mundo de la naturaleza. En “Patagonia Express” y en “Mundo del fin del mundo”, lo que hay son relatos de viaje narrados por el autor-protagonista, que recrea los espacios y las aventuras iniciáticas ocurridas en los alejados confines australes de Chile y Argentina, y las historias ocurridas en Ecuador, en medio de la selva amazónica.

El éxito de su primera novela, “El viejo que leía…” fue notorio y fulminante. Vendió más de 18 millones de ejemplares de esa elegía de amor a la literatura, la lectura y la conservación de la naturaleza. El libro fue traducido a 60 de idiomas y es hasta ahora texto de lectura obligatoria en colegios y universidades. Además fue galardonado con los premios Tigre Juan y Relais, y llevada al cine. Para dar cuenta de su compromiso con la defensa de la naturaleza y la promoción de la ecología, esta novela está dedicada a dos de sus amigos: Miguel Tzenke, dirigente indígena y a Chico Mendes, el conocido mártir del movimiento ecologista de Brasil.

Los mitos y la literatura

Entre las leyendas, mitos y fábulas literarias, artísticas y otras, promovidas por el propio autor y pocas veces desmentidas, están su temprana cercanía con el poeta chileno Pablo de Rokha de quien dijo haber aprendido literatura: «en su casa de la calle Valladolid, mientras cascábamos nueces, picábamos apios y manejábamos mil hierbas del sur para sus formidables mistelas, me contagió su pasión por el romanticismo alemán y me enseñó las posibilidades de la expresión literaria».

Por otra parte, y mientras trabajaba como libretista del programa de radio Portales “Confidencias de un espejo”, algún amigo habría juntado y enviado al concurso de Casa de las Américas de La Habana del año 1969 un puñado de sus escritos. Esa colección de cuentos breves se llamaba “Crónicas de Pedro Nadie”. Ese mismo año obtuvo una beca de estudios para la Universidad Estatal Lomonósov de Moscú y habría vuelto a Chile al año siguiente, diciendo que «nunca durmió menos», y con las ideas centrales de un libro tardío como “El uzbeko mudo y otras historias clandestinas”. Otra de esas historias señala que mientras estudiaba en la Universidad de Chile en Santiago, hizo teatro con Víctor Jara y montó “con su amigo y profesor”, la escenografía de “Seis personajes en busca de un autor”, de Pirandello. También afirmaba que tuvo “una amistad muy cercana” con Julio Cortázar en París.

En la historia literaria que solía ir en la solapas de sus primeros libros se mencionaba también que obtuvo el Premio Casa de las Américas de Cuba en 1969 y que nueve años más tarde logró el Premio Rómulo Gallegos, 20 años antes que Roberto Bolaño. Los datos de la realidad, en cambio, dicen que el premio cubano de 1969 lo obtuvo Antonio Skármeta, y que en 1978 el Rómulo Gallegos no se entregó.

Como polemista se trenzó en ásperas disputas con varios escritores chilenos, como Enrique Lafourcade y Jorge Edwards, además de un publicitado entrevero con Marcela Serrano. Roberto Bolaño, con quien compartía el exilio español, pero nada más, llegó a decir públicamente que “Sepúlveda debería pedir perdón de rodillas en una plaza pública por lo mal que escribe».

Reconocimientos a su trabajo

En la vida real, hay que señalarlo, algunas de sus exitosas obras fueron adaptadas al cine, como “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, por el italiano Enzo D’Alò y en versión animada, narración que convirtió a Sepúlveda en un clásico vivo para muchos jóvenes europeos.

En el caso de “Un viejo que leía novelas de amor”, la versión cinematográfica fue dirigida por el australiano Rolf de Herr, con Richard Dreyfuss como protagonista. Como actor ocasional, y en virtud de su calidad de Director teatral, escribió y dirigió en 2001 la película “Nowhere”, coproducción española, italiana y argentina que aborda con ironía la tragedia de los presos políticos en las dictaduras latinoamericanas, un filme con gran elenco y poco éxito, encabezado por Harvey Keitel, aunque obtuvo el premio del público en el Festival de Marsella 2002. También dirigió el cortometraje “Corazón verde”, galardonado como el mejor documental en el Festival de Venecia 2003. Unos años antes había tenido una fugaz aparición como actor en la película italiana “Desnudo para siempre”.

Entre los reconocimientos formales, el escritor fue investido como Caballero de Las Artes y las Letras de la República Francesa y doctor “honoris causa” por la Universidad de Urbino en Italia. Como dice el viejo dicho sobre el Pago de Chile, Luis Sepúlveda Calfucura en su larga carrera recibió un solo premio en su país, el Premio de la Crítica en el año 2001. Su primera obra circuló y logró el éxito en su versión francesa, antes que en español.

Pesar por su fallecimiento

“Luis Sepúlveda recorrió desde muy joven casi todos los territorios posibles de la geografía y las utopías, y de esa vida inquieta supo dar cuenta, como dotadísimo narrador de historias, en apasionantes relatos y novelas”, dijo Juan Cerezo, de Tusquets, la casa editorial que acogió la mayoría de sus obras.

“Nos conocimos a fines de los años ’80 cuando yo estaba en revista Análisis y él ya vivía en Alemania, luego nos encontramos en Francia en los ’90 y desde entonces hemos sido muy amigos. Ha sido un golpe duro e inesperado”, dijo Víctor Hugo de la Fuente, director de la edición chilena de Le Monde Diplomatique. “Él era un tipo muy cariñoso y comprometido, nos apoyó desde el comienzo con textos y cuando inauguramos nuestra editorial en 2001 nos cedió sus derechos de autor, con los que publicamos nueve pequeños libros con sus crónicas”, agregó de La Fuente.

Por su parte, Ennio Vivaldi, rector de la Universidad de Chile, alma mater de Sepúlveda, anunció que se ha decretado Duelo Universitario por el fallecimiento del escritor y egresado de esa casa de estudios y que a contar de ayer, y por un periodo de tres días, la bandera será izada a media asta.

Una afirmación que caracteriza su historia literaria es la que señala que “la buena novela a lo largo de la historia ha sido la historia de los perdedores, porque a los ganadores les escribieron su propia historia. Nos toca a los escritores ser la voz de los olvidados”.

Para Luis Sepúlveda la única obligación del escritor era “contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos”.